2. Scotland Yard

“La Araña”, “Arachni”, “Araignée” y “Spider”. El nombre de ese dichoso insecto estaba por todas partes y, aún así, Arthur no estaba más cerca de entender qué era. Alguna clase de organización por lo que parecía.
Centrarse en esa incógnita mientras se dirigía a la comisaría le servía para dejar de pensar en lo que había ocurrido, en el hecho de que había visto a su padre, de que había viajado en el tiempo… si no lo hubiera vivido en primera persona, diría que era una locura, una majadería. Pese a que sabía lo que había ocurrido, no estaba del todo seguro de no necesitar ir a un manicomio.
Desterró aquellos pensamientos y temores e intentó aparentar normalidad conforme entraba en la comisaría y se acercaba a la recepción.
Preguntó por los archivos. Por suerte, se había ganado unos cuantos amigos durante sus años en la academia porque dudaba de que su número de placa, de modesto policía de campo, le hubiera brindado acceso sin una orden de sus superiores.
Le condujeron hasta la zona más antigua de los almacenes y, con una disculpa por el desastre, le dejaron para que registrara los documentos del año seleccionado. El lugar estaba repleto de cajas y cajas de papeles. Eran antiguos que nadie se había molestado en digitalizarlos, muchos no estaban mecanografiados siquiera. Estuvo varias horas rebuscando y estornudando gracias al polvo hasta que encontró lo que buscaba.
Las fichas policiales de Taylor Smith, Lily Edgar-Jones, Charlie Brown, Rhys O’Connor y su propio bisabuelo no le aportaron mucho más de lo que ya sabía a parte de unas cuantas descripciones truculentas del estado en que los habían encontrado a cada uno de ellos. No había nada sobre “la Araña” con ese u otro nombre, nada que pudiera reflejar algo de luz sobre aquella situación.
Con un suspiro, Arthur agarró una de las noticias de periódico que había en el fichero.