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7. Estamos dentro

No perdieron más tiempo, se internaron en el entresijo de túneles que conformaba la sede de “la Araña” en Londres. Arthur no tenía muy claro qué era lo que se había esperado de aquel lugar –algo más parecido a las guaridas de los villanos de las películas de su infancia, quizás–, pero no se esperaba que pareciera tan… normal. No difería mucho del andén que habían dejado atrás. Paredes sencillas de ladrillo y suelo de piedra, todo limpio y arreglado bañado por la luz eléctrica. Lo más interesante fueron las estancias a las que las robustas puertas de madera abiertas les permitieron asomarse con precaución. La mayoría eran oficinas, pero también llegó a ver alguna habitación lujosamente adornada que tenía poco o nada que envidiarle a cualquier estancia de un palacio.

Lily fue guiándole hacia los niveles más bajos con la seguridad de quien ha recorrido esos pasillos cientos de veces antes. Conforme descendían, la falta de ventanas empezó a resultar claustrofóbica. La única persona con la que se cruzaron fue una trabajadora encargada de la limpieza que casi le provocó un infarto a Arthur y que saludó educadamente y con aprecio a Lily. Tuvieron suerte de que la señora no estaba al tanto de las últimas noticias y de que nadie más les salió al paso.

Las celdas estaban en lo que Arhur esperaba que fuera el nivel más bajo. En el único calabozo ocupado estaba Rhys. El hombre estaba acurrucado en un rincón, totalmente quieto.

Lily le llamó y, al ver que no se movía, Arthur pensó que habían llegado demasiado tarde.

Sin perder más tiempo, se puso a trabajar en la cerradura.

Lily volvió a llamar a Rhys.

– Marchaos– sonó por fin la voz del hombre.

– ¿Qué ha ocurrido?– le preguntó Lily.

– Marchaos.

– Rhys.

– Fue culpa mía– Arthur terminó con la cerradura y abrió la puerta. Lily se acercó despacio mientras Rhys seguía hablando–. Vinieron a por mí. Empezaron a hacerme preguntas y no pude… y yo… Charlie… fue culpa mía.

Se le secó la garganta y se le revolvió el estómago al oírle confesar aquello con la voz quebrada. Lily apenas se detuvo un instante antes de acercarse a Rhys. Con una mano en la espalda, lo consoló y lo ayudó a levantarse. Lo abrazó y sostuvo cuando se derrumbó.

– Tenemos que salir cuanto antes de aquí– le dijo pasados pocos minutos. 

Arthur se acercó a ellos y se pasó uno de los brazos de Rhys por encima de su hombro para permitirle apoyarse en él. Tenía el rostro lleno de moratones, la poca piel que se dejaba entrever bajo la ropa no parecía en mejor estado y su estabilidad era igual de penosa. No sería capaz de salir solo de allí. Arthur le ofreció un ligero apretón cuando notó que sus fuerzas amenazaban con abandonarlo. Ya tendrían tiempo para consolarlo, para explicarle que él no podría haber hecho más y que no era culpa suya en realidad. En ese momento lo más importante era escapar.

– Vamos– dijo Arthur.

Lily asintió y, para sorpresa de Arthur, cuando regresaron a los túneles avanzando lo más rápido que podían, tenía un revólver en la mano.

Corrieron lo más deprisa que fueron capaces sin hacer ruido, intentando todavía pasar desapercibidos pese a que no tardarían en descubrir que Rhys ya no estaba en su celda. Fue en una de las esquinas cuando vio algo que no esperaba ver allí abajo. Detenido al pie de un corredor, mirándole fijamente con una cara de sorpresa similar a la que él debía de llevar pintada en el rostro, estaba Walter. Las preguntas se agolparon en su cabeza que ya intentaba buscarle una explicación a aquello. El hombre abrió la boca para decir algo, pero el grito de uno de los guardias de “la Araña” lo distrajo. Lily tiró de él mientras Walter volvía a ocultarse.

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