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11. ¿Primer ministro o no?
Esa es la cuestión

Gracias al intercambio de cuerpo que realizó Walter, Arthur estaba en aquel salón repleto de personalidades cuyas fotos había visto en libros de historia durante todos sus años en la escuela. No sabía cómo se las había ingeniado Walter para traerlos hasta allí. Y con todo, incluido lo que había visto y vivido esas últimas semanas, nada le impactó tanto como ver a una versión rejuvenecida de Churchill en una de las pesadas sillas de madera.

Solo cuando vio la mirada del hombre clavada en él, se percató de que había abierto la boca de la impresión. La cerró.

– ¿En qué podemos ayudarles, caballeros? Después de todo, son ustedes quienes nos han citado aquí– dijo Stanley Baldwin lanzándole una mirada reprobatoria a Walter. La familiaridad que destilaba prometía una buena discusión si aquello no era realmente importante. Arthur apenas pudo prestarle atención a eso, al hecho de que Walter le conociera, su mente tan solo podía trabajar a toda velocidad con todo lo que sabía para intentar recordar si el hombre ya era primer ministro o todavía no.

Lily fue la primera en reaccionar, en moverse. Caminó hacia la mesa con seguridad, dejó el maletín que cargaba sobre ella, lo abrió y fue tendiéndoles documentos a los hombres trajeados. Fue exponiendo con claridad algunas de las actividades de “la Araña” y sus empresas, lo que estaban labrando en Europa, en ocasiones para beneficiarse por ambos lados, para sacar la tajada más grande. Arthur y Walter fueron haciendo aportaciones a su discurso. Fueron testigos de como los rostros de los presentes cambiaban del escepticismo a la incredulidad y más tarde a la preocupación conforme las pruebas se exponían y se iban comprobando y contrastando.

– Esto es más serio de lo que nos habíamos imaginado– reconoció uno de los hombres.

– Lo importante es que ahora sabemos a qué nos estamos enfrentando– dijo Churchill–. No vamos con los ojos cerrados. Venceremos.

Era justo lo que querían oír y, aún así, sabiendo lo que sucedería en los años venideros, aquella victoria le supo agridulce, insignificante.

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