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10. Hora de hablar

Unos pasos resonaron contra la piedra del suelo, pero Arthur no se molestó en levantar la cabeza para ver quién se había detenido frente a su celda. No se había movido desde que esa madrugada le habían arrojado a aquel triste calabozo con la salida del sol. Había estado toda la noche corriendo y deambulando sin rumbo. Al final casi había sido un alivio que le encontrara la policía. Casi, porque se sentía totalmente vacío.

– Hemos deducido a estas alturas que eres un viajero en el tiempo– la voz grave le caló los huesos–. Y, aunque no tenemos muy claro cual es tu relación con todo esto, he de reconocer que nos has venido bastante bien. Supongo que el bueno e idealista de Peter sí murió en el incendio después de todo. No tendríamos a quien cargarle el muerto si tú no estuvieras aquí.

Arthur no dijo nada, no hacía falta, no iba a cambiar nada, a deshacer lo que había ocurrido.

– ¿De verdad pensasteis que vuestro ridículo plan para exponernos saldría bien? ¿Qué pensabais? ¿Qué venceríais y viviríais felices y comeríais perdices?

– Ya no importa– nada importaba sin Lily.

Levantó la vista. Frente a él, al otro lado de los barrotes, había un hombre enfundado en un pesado abrigo negro. En la corbata que su abertura permitía distinguir llevaba un alfiler con una araña dorada. Arthur no había odiado nada en toda su vida como odió aquel pequeño insecto. La expresión de calma y suficiencia del hombre no llegó a hacerle daño, a afectarle de verdad, mientras continuó hablando.

– Por si te estabas preguntando qué va a pasar a continuación, vas a permanecer aquí. Vas a ir a juicio. Las familias de las víctimas merecen justicia, merecen que el responsable de las muertes de sus seres queridos pague para de esa forma sanar sus heridas. Se te condenará a muerte en la horca– Arthur lamentaba muchas cosas. No proporcionarles auténtica justicia a su bisabuelo, a Charlie, Rhys o Taylor era una de tantas–. Si mencionas a “la Araña”… en el mejor de los casos nuestros abogados y el fiscal harán que se te declare loco y si nos provocas más allá… dejémoslo en que colgar de la horca no es la peor muerte que puedes tener.

Con esa última amenaza a modo de despedida se marchó, dejándole de nuevo con sus pensamientos, solo.

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